Memoria sentimental en blanco y negro
En la posguerra española, todo era pecado, la sexualidad era un tabú. Ibas al cine y un beso ya era un pecado. El que los novios fueran cogidos del brazo era pecado. Las películas estaban censuradas y si ibas a ver una clasificada para mayores con reparos, ya era suficiente para que te quitaran la insignia de Acción Católica. Tal era la moral católica en la época de Franco. El placer para la mujer estaba vedado. La sexualidad estaba limitada a la función procreadora. Las familias numerosas recibían premios y salían en las noticias.
Eran tiempos que las jóvenes españolas de hoy ni siquiera pueden imaginar. Hasta 1975, las españolas solteras no podían abandonar el domicilio familiar sin autorización paterna, casadas o no, la ley les impedía hacer cualquier tipo de contrato (incluso abrir una cuenta bancaria) sin permiso del padre o el marido. El adulterio se castigaba penalmente: en el caso del hombre si era público; en el caso de las mujeres, siempre. Francisco Franco, como los monarcas de la Edad Media, hacía descansar su dictadura sobre dos pilares: el estamento militar y el clero.
Se prohibieron además las lenguas minoritarias (vasco, gallego, catalán) castigando con multas e incluso cárcel, a quien las hablara en público. El minucioso control desplegado con respecto al lenguaje, tuvo también inesperadas consecuencias: convirtió a Caperucita Roja en "Caperucita Encarnada", y a la vulgar ensalada rusa, en "nacional" o "imperial".
A finales de los cincuenta, España era un país pobre, atrasado y rural, al borde de la bancarrota. Estábamos atrapados en una especie de pozo: había que confesarse, ir al culto, en Semana Santa se cerraban los cines... Era muy sofocante. En el oscurantismo que se vivía nos evadíamos con los tebeos y el cine. Quizá por ello la relación emotiva que sostenemos con esos compañeros de la niñez.
Estos tebeos nos llegaban por capítulos, en el típico cuadernillo de 10 o 12 páginas. Cada cuadernillo solía terminar de forma que provocara la apetencia de la adquisición del siguiente cuadernillo. Eran unos tebeos en los que se podía añadir en cada momento lo que se deseara, de ahí las frecuentes improvisaciones, con lo que la historia principiase cortaba continuamente en episodios secundarios para dar más interés y acción al relato, por lo que el propio autor nunca sabia como acabaría su obra. Eran básicamente historias de puro entretenimiento, a la manera de los viejos pulps seriales (y por eso las historias siempre terminan con un continuará…).
A consecuencia de la censura oficial y la auto-censura social, todo lo relacionado con el sexo se convirtió en una especie de tabú. El rol hombre- mujer viene marcada por la identificación con el héroe infatigable y la mujer pasiva y sumisa respectivamente.
Pero vayamos al Defensor de la Cruz un tebeo que en ningún momento se puede decir que nos encontramos ante un trabajo que permanecerá imborrable en nuestra memoria, pero al menos es incontestable el esfuerzo del dibujante por hacer realidad una historia. Nada está ni de mas ni de menos: todo encaja, así el trazo negro, inquieto, esbozado y sin embargo tan expresivo.
Vaya por delante que, personalmente, considero que Manuel Gago es un autor que dominaba a la perfección los mecanismos de la historieta. El Defensor de la Cruz es, a mi modesto entender, el perfecto mapeo de una época y de un imaginario que no ha muerto, ni morirá por mucho tiempo.
El Defensor de la Cruz .
Editorial: Maga 1954-1955
Consta de: 54 cuadernillos
Guión: Pablo Gago
Dibujos: Manuel Gago
Protagonista: Sebastián Alcunio, el Defensor de la Cruz (Romano)
Época: Entre los años 284 y 305
Personajes históricos: Diocleciano (245-313), emperador de Roma (284-305)
Título
Se dice que Diocleciano (245/313) se caracterizó por la persecución sistematizada contra los Cristianos, gobernó del año 284 al 305. En su período, ordenó la destrucción de los templos cristianos y de los Libros Sagrados, odiaba a los que eran seguidores de Cristo y éstos eran llevados al Circo Romano, para ser despedazados por las fieras. Las matanzas de cristianos eran tan numerosas que los verdugos caían rendidos de cansancio y tenían que ser sustituidos por otros.
Persecución de Galerio en nombre de Diocleciano
Durante los primeros veinte años del reinado de Diocleciano no se vieron molestados los cristianos. En el 303, como un lance imprevisto, se disparó la última gran persecución contra los cristianos. Obra de Galerio, el "Cesar" de Diocleciano, el puso término en el 303 a la política prudente de Diocleciano, quien se había abstenido, a pesar, no obstante, de abrigar sentimientos tradicionalistas. Cuatro edictos consecutivos (febrero del 303-febrero del 304) impusieron a los cristianos la destrucción de las iglesias, la confiscación de bienes, la entrega de los libros sagrados, la tortura hasta la muerte para quien no ofreciera sacrificios al emperador.
La persecución alcanzó su máxima intensidad en Oriente, especialmente en Siria, Egipto y Asia Menor. A Diocleciano, que abdicó en el 305, le sucedió como "Augusto" Galerio, y como "Cesar" Maximino Daya, quien se demostró más fanático que él.
Solo en el 311, seis días antes de morir por un cáncer en la garganta, Galerio emanó un airado decreto con que detenía la persecución. Con ese decreto (que históricamente marcó la definitiva libertad de ser cristianos), Galerio deploraba la obstinación, la locura de los cristianos que en gran número se habían rehusado a volver a la religión de la antigua Roma; declaraba que perseguir a los cristianos ya era inútil; y los exhortaba a rezar a su Dios por la salud del emperador.
El Defensor de la Cruz
Las aventuras de El Defensor de la Cruz se encuadran dentro de ese tipo de tebeo bien narrado, tan característico de la denominada Escuela Valenciana, donde prima sobre todo la historia y su desarrollo por encima de las florituras artísticas.
De entre la corte imperial romana emerge lleno de misterio, sagaz, sorprendente e intrépido, noble y de honradez inquebrantable, El Defensor de la Cruz.
Con evidentes reminiscencias de El Libertador, El Defensor de la Cruz, hijo de un centurión y de la hija de un Patricio y que oculta su personalidad, emerge aquí con el propósito de liberar cristianos destinados al sacrificio en el circo. La acción se desarrolla en el siglo III cuando en Roma gobernaba Cayo Valerio Aurelio Diocleciano, hijo de un liberto originario de Iliria y que fuera elegido emperador el 17 de noviembre del año 284.
Si bien, como ya hemos apuntado, la trama muy parecida a la del Libertador, se desarrolla aquí con mayor complejidad, abundando los personajes secundarios y las tramas paralelas al margen de lo que constituye la historia principal.
Como es costumbre en la obra de Gago, viste a los personajes secundarios con una personalidad destacada e incluso a veces superior a la del protagonista. Destacan en este apartado, muy especialmente dos de los personajes: Casiano Malino, general romano que su extrema maldad le lleva a perseguir y condenar al destierro, por su afiliación cristiana, a su hija y a su esposa y Braulio, personaje que pretende el amor de Cristina, la heroína enamorada del héroe.
Destaca, sobre todo en los primeros números de la colección, las repentinas apariciones y desapariciones del héroe enmascarado, desconcertando a sus enemigos. Destacan asimismo las escenas de lucha, en las que Gago luce su incomparable maestría. A destacar las atractivas portadas.
Entre traiciones, pasiones, amores imposibles, nuestro héroe arriba a tierras vikingas donde reina Albak, otro de los secundarios destacados de la colección, quien traicionará en más de una ocasión a El Defensor, y con ello la perdida de calidad de serie, el dibujo se torna apresurado, poco acabado, en ocasiones simples bocetos, bajando incluso la calidad de las portadas. Lo que nos lleva a disminuir considerablemente el interés que hasta entonces nos había deparado la colección.
Posiblemente la aceptación por parte del publico llevo a alargar de manera innecesaria la colección, que debería haber finalizado como mucho en número 44, ya que con ello sólo consiguieron empobrecerla, no obstante lo compensa la magnifica primera parte.
Concluyendo, puede que antes que a El Defensor de la Cruz haya que remitirse a otras obras más recomendables, pero es innegable que nos encontremos ante una colección especialmente indicada para degustar al autor desde todos los ángulos, ya que pese a todos los tópicos, la serie está muy bien escrita, la trama es entretenida y atrayente. Por su parte, Manuel Gago, una de las grandes leyendas de la historieta española. Puntal indiscutible y emblema paradigmático de la denominada Escuela Valenciana, nos demuestra, una vez más, su dominio del medio, dándonos una lección de narrativa visual.
Manuel López.
Aquí podemos apreciar una muestra: El Defensor de la cruz, nº 1.
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