martes, 10 de abril de 2012

Cosas que recuerdo. Manuel López.



Cosas que recuerdo
"Una suerte de nostalgia"

La evasión fue una de las principales funciones de los tebeos en aquellos duros años. Por lo que resulta inaceptable el tono peyorativo o condescendiente con el que tan a menudo se emplea hoy día cuando se habla de ellos. Tono que no está absoluto justificado si tenemos en cuenta que como todo régimen dictatorial, el franquismo se dotó de un aparato represivo destinado a controlar ideológicamente todas y cada una de las publicaciones que salían a la calle y a impedir cualquier veleidad crítica. Tal era la envergadura del control franquista, que sin tomarlo en cuenta resultaría difícil comprender el daño cultural causado por el franquismo, mediante una infraestructura organizativa de dimensión nacional: funcionarios, legislación, juzgados, policía, Falange, Ejército, medios de comunicación, telecomunicaciones, transporte, intendencia, etc. El miedo se extendió a toda la capilaridad social. La jerarquía de la Iglesia, se aplicó con diligencia a esta labor de persecución desde los púlpitos, llamando al arrepentimiento y hasta a delación.


El conflicto de las dos Españas no terminó al acabar la guerra civil española. No termina con el famoso parte del primero de abril, Cautivo y desarmado el ejército rojo… Terminó cuando se pudo hablar del conflicto. La violencia y la dimensión represiva del franquismo fue tal, que durante cuarenta años de dictadura no se registró jamás actividad de resistencia alguna, salvo la sindical, en las postrimerías del régimen.
Los críticos han elegido una palabra inapropiada cuando utilizan el término los cómics del franquismo; y lo que es peor, están confundiendo, y no siempre con buena voluntad. Lo que caracterizaba a esos tebeos, era que por muy insensato que fuera su argumento, por muy fantásticas y terribles fueran sus aventuras, en el momento del clímax podía hacerte sentir las mismas sensaciones que cualquier otra forma literaria, pero manteniendo siempre sus cualidades especificas.


Al que fuera lector de tebeos en nuestra posguerra, éstos le producen una suerte de nostalgia. Nostalgia de algo que hoy parece clausurado o en extinción, como el actual aficionado que, inhibido ante la avalancha de novedades de usar y tirar que desbordan las mesas de las librerías, no sabe qué comprar, no compra nada. Ese lector que desinformado por los medios que siempre hablan de los mismos y de lo mismo.
Sorprenderá esa fijación y nostalgia sobre los tebeos de posguerra, y se olvida que lo que de específico tenga una juventud esta determinado por el momento histórico en que aparece y por las condiciones de la sociedad en la que vive. Porque la juventud está determinada por el contexto histórico en que se genera. Porque los jóvenes no tienen otra experiencia, ni otra memoria personal, ni otra perspectiva que la de la sociedad en la que viven, y es ahí en dónde expresan su identidad generacional. No todos los momentos históricos "marcan" tan decisivamente a la juventud que los vive como ocurrió en los años 40 españoles. Tuvimos una infancia llena de privaciones en una sociedad autoritaria, dictatorial, con ausencia de libertades y una represión ideológica y cultural muy fuerte. Muchos nacieron ya con el hatillo de viaje preparado hacía una orilla de embarque hacia futuros por construir.
Ciertamente hay una cierta nostalgia del pasado cuando decimos que antes teníamos tebeos, y donde no llegaba el dinero, llegaba la imaginación. Pero al hablar de aquellos tebeos que leíamos a la edad de diez, doce, catorce años, conscientes, con la perspectiva que dan los años,  de la represión que vivíamos en todos los ordenes de la vida: político, religioso, social…, además de una revisión nostálgica quiere ser una crítica a todos los estamentos que durante cuarenta años ostentaron el poder en nuestra piel de toro.
Precisamente, preservar la memoria colectiva es una manera de oponerse a los totalitarismos, que siempre nos proponen la fórmula condescendiente del olvido, la amnesia como consuelo a las violencias y aflicciones sufridas.
M. López

2 comentarios:

Jesús Duce dijo...

Comparto absolutamente las reflexiones de Manuel López, y coincido en el punto de vista y las valoraciones.
Yo viví esas sensaciones un poco más tarde, a finales de los 60 y en los 70, lo que me sirvió para conocer de una tacada tanto el tebeo clásico español como el nacimiento del llamado cómic de adulto, e igualmente la invasión americana de los superhéroes. Tuve mucha suerte al vivir esa época miscelánea que me abrió muchas puertas en el mundo del cómic.
En cuanto al tebeo español, además del aspecto nostálgico, me gusta valorar sus cualidades, que no son tan pocas como se suele decir. Guionistas y dibujantes se esforzaban por crea un entretenimiento eficaz y divertido, lo que no es moco de pavo. Más en concreto, algunos dibujantes alcanzaron grandes cotas en sus prestaciones gráficas, a pesar de las limitaciones a las que se veían sometidos. Ambrós, Darnís, Bermejo, Ortiz, Boixcar o Martín Salvador, entre otros, realizaron trabajos de gran nivel que se me antojan imprescindibles para entender el devenir del cómic español.
A mí me gusta llamarlos nuestros clásicos, nuestros maestros. Grandes autores que dedicaron su vida al mundo de las viñetas, muchas veces en condiciones pésimas y hasta con problemas políticos de por medio.
Al igual que hacemos en otras materias, no deberíamos olvidarlos jamás y se tendrían que degustar y estudiar en los colegios (si es que alguna vez el cómic llega a los mismos).

Un abrazo.

Chusastur dijo...

Los que sumamos algunos años disfrutamos con los cuentos y las historietas como unos críos, pero no sería hasta el paso del tiempo que realizáramos nuevas lecturas y descubrimientos sobre nuestros mitos, en más de un caso redescubriendo auténticas sorpresas.

Hoy esta aventura, escasamente compartida por las nuevas generaciones, nos convierte en seres "pelín" nostálgicos, pero el tiempo se encargará de enderezar semejante error y hacer de este "Arte" un nuevo/viejo campo de expresión.

Saludos.

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