martes, 9 de febrero de 2010

Carlos de Alcántara, por Manuel López

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El veneno de la nostalgia

Quizá no pueda decirse que el comic español de los 40/60 ocupe un lugar realmente trascendente en la historia mundial del noveno arte. Pero una investigación seria de la correspondiente producción bajo el franquismo permite descubrir verdaderos logros.

A todos cuantos rechazan sistemáticamente la afición por el tebeo clásico, les sugerimos la siguiente reflexión ¿no son los tebeos clásicos, por una parte, una afición tan sana como la afición por los superhéroes o mangas del actual lector de tebeos? La historieta clásica, al igual que algunos libros o los tebeos actuales nos ofrecen aventura, historias mejor o peor contadas, pero historias que nos transportan a mundos imaginarios.

Se equivocan los que quieren convertir a nuestros tebeos clásicos en blanco del descrédito. Los que hemos leído o seguimos leyendo tanto las publicaciones para adultos y seguimos, no obstante, degustando aquellos desfenetrados cuadernillos apaisados, somos llamados nostálgicos anclados en un pasado fascistoide.

A algo así, a vapulear, se dedicaron desde fanzines y revistas de información una serie de personajes que alardeaban de conocimientos, tratándonos de anormales a los lectores de tebeos de posguerra y siempre encontraban algo que criticar a esos cuadernillos. Lo peor de todo es que, prosperaron a costa de los cuadernillos que tanto despreciaban.

A nadie se le escapa que en el ejercicio de la crítica las afinidades, las fobias y las convicciones personales intervienen implícitamente en los criterios aplicados a la hora de emitir nuestros juicios de valor. El subjetivismo inherente a todo ser humano es perfectamente compatible con el respeto hacia las opiniones expresadas por valoraciones diferentes a las nuestras. El intento por parte de cierta critica hacía la historieta posbélica no tiene razón de ser. En el fondo no aceptan el apoyo mayoritario que recibieron por parte de los lectores

Cuando se habla de la pobreza del comic de esa época se suele obviar que el cómic es una forma masiva de comunicación, por lo tanto ha de ser capaz de poder presentar una historia de una forma que interese al mayor número de lectores.

Burda disyuntiva que el sentido común y el paso del tiempo se encargará de desdramatizar. Ni esos cuadernillos son el producto retrógrado que atacan unos o la esencia de los verdaderos tebeos que defienden otros. Como siempre los hechos son mucho más elocuentes y veraces que las palabras.

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Título: Carlos de Alcántara 1955

Guión y Dibujo: Leopoldo Ortíz

Editorial: Maga 38 cuadernos

En la década de los cincuenta, con el tebeo apaisado totalmente consolidado en el mercado como el formato estándar, surgieron una serie de héroes de papel de los que unos tuvieron mejor fortuna que otros. El éxito y la permanencia de todos ellos no fue uniforme. Desde su primer número Carlos de Alcántara fue uno de los que destacó.

Leopoldo Ortíz es uno de los grandes de la denominada escuela Valenciana y de la historieta española. Desde los inicios de su carrera artística, jamas dejó de ocupar uno de los primeros puestos.

En aquel tiempo los lectores no prestábamos demasiada atención a las firmas que figuraban, generalmente, en las portadas. Pero el nombre de Leopoldo Ortiz no paso inadvertido y muy pronto se hizo famoso entre los habituales lectores de tebeos.

El trabajo de Leopoldo en Carlos de Alcántara consiste sobre todo en un proceso de su reafirmación como historietista, basta acudir a sus trabajos anteriores: El Príncipe Pablo (realizada al alimón con su hermano J. Ortiz) y Terciopelo Negro, para verificar como estamos ante un historietista que inclina la balanza hacia el lado de los aciertos.

En Carlos de Alcántara, si buscáramos influencias habría que destacar a Iranzo, véase los piratas del Cachorro y compárense con de la obra que nos ocupa. Pero en ningún momento esta influencia supone una pérdida de originalidad por parte de nuestro dibujante.

El mejor calificativo que se puede aplicar a sus dibujos es que son narrativos, lo suficientemente vigorosos y dotados de la imprescindible sensación de movimiento requerida en la historieta. Muy especialmente en uno como éste, en el que la vitalidad del personaje exige inexorablemente un dibujo vivo y enormemente ágil.

¿Cómo ha logrado Leopoldo Ortiz una de las mejores series de las publicadas por le fenecida Editorial Maga?, el autor ha sabido combinar en una buena coctelera una serie de ingredientes, desde la ambientación en los escenarios, planificación y montaje, el haber dotado al dibujo y a la propia historia de una serie de matices y características que la destacan entre sus coetáneas y que abrió el período más interesante de este dibujante Ficción y clasicismo, he aquí la combinación mágica que convierte esta serie en una verdadera joya del cómic de posguerra y de hoy En que la vana espectacularidad lo es todo.


El Guión

La mayoría cuando escribimos sobre historieta, solemos hacerlo valorando los dibujos, resaltando la calidad y genialidad de sus creadores. Con lo que marginamos al guionista. En muy pocas ocasiones puede leerse un comentario que tenga como base el guión/guionista. Como si una historieta fuera solo dibujo, que de manera incuestionable son parte muy importante de la misma, pero no es menos incuestionable la importancia del guión.

En los años 40-60, en nuestro país, con raras excepciones, los guionistas eran galeotes de la maquina de escribir y al igual que los dibujantes de la época, se veían obligados a escribir un guión diario si querían subsistir. Por ello no resulta sorprendente que la mayoría de ellos fueran, prácticamente, un calco unos de otros. Leopoldo Ortíz fue capaz de aunar ambas tareas, fue capaz de escribir unos guiones amenos e interesantes, dotados de intrínseca calidad. Si bien el guión de Carlos de Alcántara no difiere en demasía de otros muchos situados en la misma época, si cuenta con ciertos elementos de interés que, en cierta medida, le diferencian del resto, al enlazar los tópicos del género sin perder la hilación entre ellos y es que el guión de L. Ortiz no carece de elementos esenciales en la narración: hay ideas, esta presente, en todo momento, la épica del género, la historia no resulta farragosa ya que ésta no se ve alargada en exceso. Se nota en L. Ortíz la profesionalidad, la sapiencia en esto de escribir para los tebeos. La trama está desarrollada con habilidad, construida para ir aumentando la intensidad de manera progresiva.

En resumen: una obra bien escrita, sin altibajos en su lectura, con solidez, que se sigue con interés y con un grafismo al servicio de la historia. Quizá no sea una obra maestra, pero es un buen tebeo, que no es poco

Quedan muchas cosas en el tintero, después de estas anotaciones a vuelapluma, pero nos gustaría insistir en un tema que ha estado presente a lo largo de este artículo: el de la profunda admiración y respeto que nos merece la obra de este autor.

Manuel López

Enlace de referencia para el cuento:

Cortesía de Bravolta para La Mansión del CRG.
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