El condicionamiento más poderoso de la historieta de esos años, fue sin duda la censura, siendo ésta, paradójicamente, más nefasta en las décadas de los años sesenta y setenta que en las de los cuarenta y cincuenta con las órdenes ministeriales de 13 de octubre de 1962 y 30 de setiembre de 1963, de la Comisión de Información y Publicaciones Infantiles y Juveniles que suprimieron de los tebeos, de modo radical, las escenas más o menos violentas, suprimiendo armas, heridas, sangre o cualquier otro detalle que supusiera una actuación violenta, resultando así imágenes francamente ridículas que desvirtuaban totalmente el sentido de la historia narrada. Si a ello añadimos la rígida autocensura de las propias editoriales, que llegaron incluso a superar a la censura oficial, por conveniencias económicas y en aras del catolicismo, moral, y rectas actuaciones hipócrita-conservadoras que los personajes "buenos" tenían que exhibir, con el fin de evitar las pérdidas derivadas de la actuación censora una vez lanzada la edición.
Cuando éramos pequeños en plena posguerra, los tebeos ejercieron como Catarsis al triste panorama que se vivía, y aún que quizá el panorama tebeístico no fuera gratificante en su totalidad, consiguieron ofrecernos, no obstante, una historieta española de auténticos logros pese al sentido peyorativo que se le daba; acuden a nuestra mente títulos como: El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Cachorro, El Inspector Dan, y un larguisimo etc., en el campo aventurero, y los Pulgarcito, Jaimito, TBO, Nicolás, etc., esos tebeos tan desacreditados hoy en día.
En ocasiones, los que gustamos de aquellos entrañables cuadernillos de posguerra, nos obligamos a justificarnos, aceptando que es cierto que el tebeo posbélico era en su mayoría mediocre, como si no sucediera lo mismo en cualquier otra manifestación cultural que se nos señale, y cuando además se obvian las condiciones sociales, económicas y políticas en las cuales se inscriben.
Cuando empezaron a proliferar las revistas para adultos, tanto editores, autores y críticos se dedicaron a despreciar los tebeos realizados durante los años que van desde principios de 1940 hasta finales de los 60; a vapulearlos se dedicaron una serie de personajes que alardeaban de conocimientos, lo hacían desde fanzines y revistas especializadas, tratándonos casi de anormales a cuantos disfrutamos con la lectura de esos tebeos. Moda que aún persiste en la actualidad.
La descalificación global del tebeo posbélico de forma tan radical e intolerante, se torna en carta credencial de quienes la ejecutan. Los que defendemos el tebeo de posguerra, no nos amparamos en los clásicos para defenestrar a los tebeos de superhéroes o al manga japonés. No nos arrojamos a la estúpida aventura de invalidarlos, a pesar de que nos agredan tanto o más que aquellos.
De lo que no cabe ninguna duda, es que la crítica objetiva no existe, ni existirá, ya que de manera consciente o inconsciente, todos somos subjetivos y nos dejamos llevar por nuestros gustos y preferencias e incluso, en algunos casos, por simpatías o antipatías hacia un autor determinado
Subjetivismo que a nuestro entender queda patente, cuando algunas luminarias de la critica, extrapolan ciertos conceptos implícitos en la mayoría de los tebeos de la época, y nos dice que influenciaron de tal manera nuestra conducta, que se ha venido evidenciando en: nuestros juegos, primeros amores, en los conceptos que hemos o detentamos sobre religión y justicia, xenofobia y racismo, incluso en nuestro machismo.
Si bien es cierto que la manipulación "negativa" que la censura llevó a cabo con criterios decididamente enfermizos, con el fin de preservar la moral, las buenas costumbres, o cualquier otra entelequia de la misma índole, supuso una camisa de fuerza añadida a una industria cultural controlada por la oligarquía dominante, si hubiera poseído realmente la influencia sobre el público que algunos críticos suponen, nuestra generación sería una masa -perfectamente homogénea- de retrasados mentales.
Volver la vista atrás, considérese nostalgia, recuperación o reescritura se impone casi como una necesidad, en definitiva, algo irrenunciable en el aficionado a la historieta.
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