lunes, 2 de marzo de 2009

El Duque Negro. Visto por L. Porras.

La historieta es un hecho social, porque es un producto de consumo y, también, de diversión y comunicación. Se lee un tebeo porque su lectura es gratificante.

Pedro Quesada

Subsistir como guionista en la España postbélica era un sueño irrealizable, máxime si tenemos en cuenta el sentido peyorativo que se le daba a la historieta, por eso es mucho más meritorio el trabajo de un guionista, que dentro de las limitaciones a las que se veía obligado, fue capaz de legarnos algunas de las mejores colecciones de nuestra historieta. Hace cincuenta años, en España, salvo excepciones, los guionistas eran galeotes de la maquina de escribir.

Luego de una fecunda experiencia en distintas series y distintos personajes, algunos de ellos de gran repercusión, tales como Pacho Dinamita; Tony y Anita, P. Quesada parece sentir la necesidad acuciante escribir sobre héroes atormentados entre los que destaca El Duque Negro, que ve a su padre asesinado por su propio rey y acabará contrayendo la lepra.

Para mí, "El Duque Negro" fue una sorpresa. Sus páginas eran la descripción de un héroe al borde de un abismo donde lo acechaban poderosas fuerzas oscuras, si bien al final se resuelve en una forma cuasi-milagrosa, que parece forzada y le resta cierta gravedad a lo que se presentó, durante toda la serie.

La problemática que se plantea para el estudio del cómic de posguerra, consiste en el adecuamiento a la realidad social imperante en la época de la creación de la historieta. De la historia de España sabíamos lo de Don Pelayo, los Reyes Godos, Isabel y Fernando, un poco del dos de Mayo y ya pasábamos al Caudillo. Nuestras asignaturas eran Religión, Moral, Educación Patriótica, Catecismo, Cara al Sol, también algo de gramática, geografía y aritmética. Por lo que difícilmente podíamos saber que con Alfonso II, que se presentaba como heredero de la autoridad de los reyes de Toledo sobre toda Hispania, comenzó elafianzamiento del reino de Asturias y que convirtió Oviedo en la capital del re ino y creó el obispado ovetense. Y que en su política restauracionista, organizó los cargos oficiales de la corte según la tradición goda. Y mucho menos que durante su reinado se descubrió en Iría la tumba del apóstol Santiago. Tampoco sabíamos que, según el anónimo autor de la "Crónica Albeldense" Alfonso II restauró en Oviedo "todo el orden gótico toledano, tanto en la Iglesia como en Palacio", ni que se distanció de las Iglesias toledana y franca, creando una nueva sede metropolitana en Lugo.

Y es en el reinado de Alfonso II "el Casto", sobrenombre motivado por no llevar a cabo matrimonio falleciendo sin descendencia, donde transcurren las aventuras-desventuras de nuestro héroe: Raimundo de Santa Fe, el Duque Negro.

Los críticos de arte relegan a la "historieta" como un subgénero, cuando de hecho, las publicaciones Infantiles ilustradas representaron en los años cuarenta y en gran parte de los cincuenta el factor cultural y la presencia artística más considerable de la vida en el estado español. Hemos de aceptar pues, con Cirici, que la importancia cultural de los tebeos en esta época sobrepasa con mucho lo anecdótico.

Aún que P. Quesada haga servir referencias históricas concretas, la temática del Duque Negro, entronca muy poco con la historia real de la época que representa. Naturalmente la lucha del bien contra el mal, ambos definidos por la particular mentalidad del protagonista, constituye la línea argumental de todas estas aventuras cargadas de situaciones violentas. Todo ello sin intelectualismos, sin complicaciones, si se quiere con un cierto maniqueísmo, que hace que los malos sean muy malos y los buenos muy buenos. 

En el Duque Negro hay de todo: violencia, acción, amor, ritmo y adecuados dibujos, tanto por parte de J. Ortiz como de M. Gago, pero sobre estos ingredientes, que sin duda atraerán a muchos lectores, está la HISTORIA.  Una historia  que se hace creíble y nos atrapa, a pesar de ese final, que como ya hemos dicho, cuasi-milagroso.


Censura y cultura de masas

La censura, tanto la interna al dibujante o guionista, como la externa proveniente de la editorial o de  estado, cercena, no deja a la historieta evolucionar hacia otros postulados más acordes con la realidad histórica.  Por lo que no tiene sentido culpar a los guionistas y dibujantes el que suministrasen al consumidor algo que constituía la misma base ideológica de la sociedad en la que tal cultura de masas apareció. Y si alguien considera "patéticos" los postulados y moral del régimen, no me parece lógico que se malgasten esfuerzos acusando a unos autores que hicieron solo lo que les dejaron hacer.

Si bien puede resultar cierto lo de que no existen historietas que solamente pretenden entretener. Ningún tebeo es inocente. Cualquier tebeo refleja de manera directa o indirecta, intencionada o no, la coyuntura bajo la cual ha sido creada. Es evidente que, como estamos hablando de historieta, los valores estrictamente historietísticos son los que realmente cuentan.
 
(o deberían contar) a la hora de considerar un tebeo como el Duque Negro.

José Ortíz

Ortíz demuestra en su aportación a la serie 
(10 números) gran capacidad tanto para la expresión como para la estética; conjugando ambas en una narrativa ágil y dinámica sin que nada rechine en los engranajes de la historieta por un inadecuado predominio de unos elementos sobre el resto, lo que propicia que su trabajo destaque sobre manera con apabullantes lecciones de planificación y montaje.

Doy por supuesto que el lector de este Boletín conoce de sobras la trayectoria profesional de José Ortíz. Por lo que no me planteo que es necesario recordar que formó parte de la llamada escuela Valenciana, que el lector de este texto sabe que es un historietista que aplica una metodología muy concreta en su obra, que sabe experimentar con el lenguaje narrativo, que  llegó a un punto de calidad gráfica bastante inusual.

Manuel  Gago

El trabajo de Gago, aún en sus más bajos momentos, era un dibujante con una profesionalidad contrastada, con unos dibujos de indiscutible calidad intrínseca, sus trabajos siempre presentan esa cualidad que muchos dibujantes no contemplan. Esta fue la clave de una popularidad sostenida durante años; la de ser un narrador nato, ameno y perfectamente 
capacitado para la realización de  historias de  aventuras. El rasgo característico de Manuel Gago es su enorme personalidad, de lo exageradamente reconocible de su huella.

La descalificación global de la obra de Manuel Gago de forma tan radical e intolerante, se torna en carta credencial de quienes la ejecutan, la ignorancia como mérito. El éxito a nivel popular de la obra de Gago, degenera eventualmente en lastre endémico, condenándola a la más cruel y obtusa de las descalificaciones.

Algunos críticos adoptan una cierta actitud de desprecio ante aquellos tebeos, especialmente con los de mayor tirada (con mucha diferencia) del mercado español. Sin embargo la media de calidad de ésta es realmente buena y consiguió lo que a otras les costo mucho o nunca lo consiguieron.

Porque a pesar de sus muchos sepultureros la obra de Manuel Gago, late y sigue viva.

Durante todo el tiempo de su máxima creatividad, 
jamás gozó del privilegio que se concede actualmente a todos los narradores: La libertad. ¿Que quizá los resultados no hayan sido todo lo esplendorosos que hubieran podido ser?. Que cada uno juzgue.

Quien esto escribe es un admirador de aquellos esforzados dibujantes de postguerra y ¡como no! de sus héroes de papel. Aquellos cuadernillos son un símbolo para muchos lectores de esa época, ya que durante muchos años esos tebeos fueron nuestra única distracción, con los que nos evadíamos de la miseria de larga noche de nuestra postguerra.

Cuando se habla del tebeo de estos años, se ven dos puntos de vista absolutamente contrarios, aparecen siempre detractores furibundos e irredentos defensores, por lo que en cualquier caso, lo mejor es dejar al lector que saque sus propias conclusiones. Así pues, saquen ustedes sus conclusiones.

A modo de conclusión

Las aventuras del Duque Negro  entroncan con la tradición de la aventura "de toda la vida", en la que no cabe la menor duda de la victoria del bien sobre el mal y la conquista de la chica por el chico (o viceversa). De lectura ágil y atractiva, El Duque Negro contiene todos los elementos que un lector exigente puede reclamarle a una serie. El guión de P. Quesada sabe agudizar la tensión y las expectativas necesarias para capturar al lector con una historia brillante

El Cruzado Negro se puede considerar como un buen tebeo y José Ortíz y Manuel Gago como dos de los grandes maestros de la historieta más allá de las mil y una interpretaciones que pone en entredicho el mal llamado cómic del franquismo.

L. Porras (gracias por tu colaboración)



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